manuel moreno
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PASION, por el arte
 

En cualquiera de mis viejos tratados de arte se puede leer que la expresión artística es consustancial al hombre, y que por tanto desde el principio de los tiempos la ha manifestado mediante un ejercicio práctico alguna suerte de expresión plástica, cuyo resultado ha querido que fuera preservado, bien porque le satisfacía, bien porque le era útil en algún sentido. La belleza quedaba exenta de su interés y bastaba la propia realización para alcanzar la satisfacción del ejercicio realizado, por encima de la utilidad que aquello pudiera reportar.

La belleza se fue alcanzando mediante la depuración en la ejecución. El estilo se fue personalizando y los diferentes intereses aconsejaron una u otra manera de enfocar el resultado final del trabajo. Pero por encima de los intereses, de los estilos, de la competencia o de la propia belleza, subsistía y subsiste aún la enorme satisfacción que le produce a aquel que ejecuta cualquier obra el deseo de que esta permanezca, y que le hace vivir con empeño todo el complicado proceso que acompaña a quien se dedica a realizar una obra de arte, como por ejemplo estos trabajos que se cuelgan en esta sala de exposiciones. Eso solo es posible añadiendo a todo lo demás un ingrediente mágico, que se llama Pasión.

Cuando una persona dedica tiempo, esfuerzo y posiblemente dinero en obtener el conocimiento técnico necesario para expresar su propia idea y querer elevarla a obra de arte, lo consiga o no, seguramente, si es que el genio no le ha hecho superar las enormes dificultades intelectuales que ello representa, será porque ha puesto de su parte una dosis muy generosa de ese ingrediente mágico al que llamaba Pasión, por el arte naturalmente.

Cuando surgen iniciativas como ésta, es decir, llevar a una gran sala de exposiciones a un grupo de artistas que aún tiene por delante la ingente tarea de ganarse una carrera artística, me vienen a la cabeza las ideas del profesor Marangoni, que pensaba que habitualmente estas iniciativas se ven con incredulidad, transmitiendo una correlación entre espacio y contenido de las obras expuestas, máxime cuando se trata de arte contemporáneo, tan difícilmente comprendido por nuestra sociedad. Olvidan los críticos sin embargo que uno de los componentes básicos de la vida actual se basa en la intuición. Cuando parece existir una reacción contra el formalismo artístico se cae en el exceso opuesto, en la idea de considerar tan solo el fondo de la obra sin prestar la debida atención a aquello que la fundamenta, la necesaria impresión que la estética provoca en los sentidos, la capacidad que tiene el arte para despertar sensaciones independientemente del tema tratado o la complejidad de la ejecución, algo en lo que intervienen tanto la intuición del artista como la del espectador.

Cada vez que una sala abre sus puertas y presenta el trabajo de un artista supone una aportación más a la difusión del arte, de la cultura en definitiva. Es la representación del pulso cultural de una ciudad, de un pueblo, un proceso de educación que debería ser permanente, nunca obligatorio pues ello llevaría al adocenamiento de los instrumentos que una vez agotados resultan difíciles de recuperar, el escepticismo crece y la sociedad suele dar la espalda a lo que carece de significado. Es necesaria una práctica de difusión que estas instituciones tienen obligación de ejercer, de tal modo que se instale una cultura visual del mismo modo que existe una cultura literaria, otra vez Marangoni.

Pero también y retomando la pasión por aquello que se realiza, el artista necesita del reconocimiento de su labor, de su trabajo. Mas allá de la educación estilística, de las cansadas jornadas de perfeccionamiento técnico, se encuentra la capacidad de concentración, el esfuerzo intelectual necesario para decidir el “qué” y donde el “como” casi carece de importancia. Toda educación, y ésta lo es, tiene un fin, la aplicación de lo aprendido, y en el caso de los artistas plásticos adquirir la seguridad de ofrecer su obra a un público interesado o no, que en definitiva valorará lo que se le ofrece, y que constituye el fin mismo de tanto esfuerzo. Ese ofrecimiento público tiene un valor incalculable.

El responsable de todo esto que se nos presenta hoy es Manolo Moreno, un artista contrastado que alterna su labor docente con una carrera artística asentada y que se remonta a dos décadas de impenitente trabajo y un número de exposiciones individuales y colectivas por toda la geografía nacional muy importante. Resulta prolijo enumerar sus méritos, y aunque se encuentra presente en la exposición, su labor aquí más importante a mi modo de ver es haber reunido a este grupo de incipientes artistas y que el conjunto, a pesar del eclecticismo de las obras representadas, tenga puntos de conexión con la labor didáctica que desarrolla con todos ellos. Más importante si cabe ha sido el hecho de haber despertado en personas que probablemente nunca se habían planteado una labor artística pública, la ilusión suficiente para que se enfrenten al reconocimiento de los demás, con lo que ello conlleva, y haber sabido despertar el punto de magia, de pasión, que toda obra plástica puede despertar.

Manuel Gonzalez

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